Genndy Tartakovsky es uno de mis directores de animación favoritos en la actualidad. Tal vez mi favorito, si tenemos en cuenta que John Kricfalusi, el creador de Ren y Stimpy, ha entrado en una espiral un tanto contraproducente en su intento de ser cada vez más políticamente incorrecto y, en lugar de ello, perder sutileza por el camino.
Supongo que algunos podrían
decirme que no soy el mayor fan de Tartakovsky habida cuenta de que he visto
muy poco de una de sus series más premiadas, Samurai Jack, y , aunque me
agrada, no me vuelve completamente loco. Mi devoción por el director proviene
de “El laboratorio de Dexter”, en mi opinión una de las mejores series de
animación de los últimos veinte años, a la altura de “Los Simpson” o los
propios “Ren y Stimpy”.
En un mundo ideal todas las
series de animación de humor para todos los públicos serían como esta. Recalco
lo de para todos los públicos. Una serie tan inteligente, divertida, bien
dibujada y con personajes tan carismáticos no puede considerarse como exclusivamente
para niños. Para mi lo tiene todo: el grafismo moderno de Hanna Barbera, el
slapstick de los Looney Tunes y las relaciones familiares de “Los Simpson”,
además de homenajes a los cómics de superhéroes, el anime o las películas de
monstruos. Aspectos que también se vieron en parte en las más populares
“Supernenas”- en las que Tartakovsky también trabajó junto a su creador, Craig McCracken, llegando a dirigir la animación de su película en la gran pantalla- pero con unos personajes protagonistas, en mi opinión, más planos.
Dicho esto, mi reacción ante
“Hotel Transilvania” podría haber sido extrema en dos sentidos. Podría haberme encantado o haberme
decepcionado profundamente. Pero lo cierto es que ha sido intermedia. Me ha
gustado mucho, aunque no me parece un clásico. Supongo que, en parte, porque ya iba avisado de lo que me iba a encontrar, pero , de no haber sido así, creo que también me habría gustado. Escribo
estas líneas para defenderla antes de que los espectadores más críticos la
tilden de nadería o de poco arriesgada. Cosa que ya ha ocurrido en parte entre
la prensa especializada estadounidense.
Si nos centramos en su historia -y no en su hilarante animación- “Hotel Transilvania” no es , ni
más ni menos, que una cinta animada comercial al uso. En su trama y su manera
de desarrollarla no difiere enormemente de otras películas de animación como la
mayoría de las de Dreamworks (si exceptuamos las sobresalientes “Cómo entrenar
a tu dragón” y las dos entregas de “Kung Fu Panda) , Sony o BlueSky. Lo cual
quiere decir que no es excepcional pero tampoco es peor que la media, aunque
sí, puede que no se note tan trabajada como las mejores cintas de Pixar.
Aunque , en realidad, tira por
otro camino. A priori la cinta puede presentar una larga lista de
handicaps. La presencia de actores
famosos que prestan sus voces a los protagonistas- costumbre ya discutible en
versión original que se ve empeorada en las versiones dobladas, al contratar a
algunos personajes conocidos que tienen muy poco de actores- , la influencia de
Adam Sandler (que presta su voz a Drácula), actor demasiado aficionado a la
comedia de humor grueso, el hecho de que Tartakovsky entrara tarde en la
producción, que el guión no sea suyo, que el filme esté animado por ordenador
–y no de forma tradicional en 2D como el anterior trabajo del director- o que
se añade el otro 3D, el de las gafas, son factores que hacen que el filme no
sea tan característico de Tartakovsky como su obra televisiva.
Aún así, es interesante comprobar
cómo se sobrepone a estos condicionamientos y logra que se note su voz. La crítica americana,
con la vista puesta en Pixar, ha despachado el filme como un entretenimiento
infantil poco logrado con una historia paterno-filial tópica centrada en gags
gruesos y un guión simple. Algo que no es del todo falso, salvo por el
hecho de restringirla al público infantil. Tal vez sea cosa mía, pero “Hotel
Transilvania” no me parece ni más ni menos infantil que la mejor de las
películas de Pixar. En todo caso la veo dirigida al público adolescente o más "superficial", si se quiere. Pero su
personaje principal es el Conde Drácula, en una versión simpática, que no cursi. Los buenos sentimientos y el conflicto con su hija,
Mavis, están ahí, pero el tratamiento es más humorístico que el de los
productos de Pixar. La cosa puede ser más intrascendente, pero agrada por igual a cualquiera que quiera reírse, niño o adulto. Añadiría que el conflicto paterno-filial, en realidad, no es ni más ni menos tópico que el de muchas otras cintas animadas (hubo quiénes achacaron esto a "Brave", también algo infravalorada). Y es que, ¿en qué otros filmes sobre padres e hijas el papá es el Conde Drácula? Puede que dramáticamente esto no añada mucho, pero humorísticamente la cosa cambia.
Al parecer se confunde la livieza
del mensaje, el ritmo frenético o la exageración de las caricaturas con un toque más infantil,
cuando mi visión es justamente la contraria. Los dibujos que más fácilmente
entretienen a pequeños y grandes, especialmente a aquellos adultos que tienen
atravesada la moralina típica de Disney o Steven Spielberg, son aquellos centrados
en la pura diversión. Los padres más reticentes se divierten lo mismo que sus hijos con la
ardilla Scrat de “Ice Age”, que remite a los dibujos de El Coyote y el Correcaminos, y se aburren durante las partes sentimentales de esos filmes. Si
estas están realizadas con especial esmero tal vez logren llegar a todos, como
ocurre con Pixar, pero personalmente empiezo a estar saturado de ello incluso
en sus productos. Aquí es donde me gano la enemistad de todos los lectores
diciendo que, aunque me gustara, tanto el final de “Toy Story 3” como toda la película en
general me resultaron más sensibleros que "Toy Story 1", "Bichos" o "Monstruos S.A". Y sí, entiendo que a todo el mundo le encantó por el aspecto nostálgico-sentimental de despedirse de estos personajes (en teoría, porque cada vez encuentro más probable la cuarta entrega). Pero resulta curiosa la tendencia de la crítica a valorar estas partes dramáticas mucho más que, por ejemplo, un gag basado en la pura animación como el del señor Patata poniendo sus rasgos físicos en una "tortilla" mejicana.
Mientras que en sus series
televisivas los referentes de diseño eran Hanna Barbera (en Dexter) o el anime clásico (en Samurai Jack, Clone Wars o la reivindicable Sym-bionic Titan) en “Hotel Transilvania” ,
con el paso a la animación 3D menos “plana” y más volumétrica, el aspecto,
expresiones y humor remiten directamente a los Looney Tunes de la Warner. La
presencia de runnin’ gags como una anciana repitiendo “A mi que me registren”, la creencia de los demás personajes (incluida su propia hija) de que Drácula habla de forma balbuceante o
las acciones destructivas de la camada de cachorros del Hombre Lobo van en esta
dirección. Incluso recursos gastados que no me gustaron-ni me gustan- en filmes
como las sagas “Shrek” o “Madagascar”, como el hecho de que todos los
personajes rompan a cantar al final del filme, resultan mucho más divertidos si
las expresiones faciales y movimientos de los personajes son desternillantes y
reflejan su personalidad en todo momento.
Además, “Hotel Transilvania”
tiene chistes de flatulencias (pocos) y
canciones raperas, pero sus partes, digamos, “dramáticas” no son tan
deficientes como algunas de las críticas hicieron creer. Escenas como las del
poblado humano creado por Drácula para asustar a su hija, los flashbacks sobre
la mujer de aquel, la escena de las mesas voladoras o la convención de
monstruos demuestran las habilidades narrativas de Tartakovsky que, de haberse
centrado menos en la comedia, quizá hubiera obtenido mejores críticas, ya que
estas partes del argumento se acercan más al tratamiento de un filme de Pixar.
Lo único que se puede achacar es que los chistes no son tan originales o
inteligentes como los de sus series de animación. Lo que no impide que
prácticamente todos funcionen a la hora de provocar , al menos, una pequeña
sonrisa, cuando no una carcajada. Obviamente es una lástima que un director de
tanto talento se vea condicionado en su debut cinematográfico y no pueda firmar
una cinta con su estilo gráfico personal en dos dimensiones (aunque algo de
ello vemos en los créditos finales). El cine de animación americano , salvo
excepciones, arriesga poco y está muy condicionado por los grandes estudios y
por lo visto ni siquiera un creador con una larga carrera en televisión puede
hacer lo que le viene en gana.
Pero “Hotel Transilvania” no es una mala comedia. Simplemente es un producto que apuesta por el entretenimiento y el “cartoon”
frente a la visión más “clásica”, por así decirlo, de Pixar , de algunos filmes anime- tras el filme de Tartakovsky pude ver en Sitges "Wolf Children" de Mamoru Hosoda, que me encantó por diferentes motivos-
o de “Frankenweenie” de Tim Burton, más aceptadas por la crítica porque su
lenguaje y ritmo recuerda más al cine de imagen real. Sin embargo, clásicos de animación como "Los Tres Caballeros" demuestran que un filme animado puede seguir sus propias reglas visuales y narrativas, y disfrutarse igual. La cinta del creador de "Samurai Jack" no tiene un argumento completamente genial o inolvidable, pero puede verse varias veces sólo para divertirse con su estilo visual y los gestos de los personajes y despierta grandes
esperanzas en el que será el próximo filme del director, un largometraje basado
en uno de los personajes clásicos más carismáticos de la historia de la animación,
“Popeye”.
El nuevo filme de Sony, que se estrena este viernes, se une así a "Lluvia de albóndigas" en su intento de recuperar el estilo de los dibus 2D en la animación por ordenador.
El nuevo filme de Sony, que se estrena este viernes, se une así a "Lluvia de albóndigas" en su intento de recuperar el estilo de los dibus 2D en la animación por ordenador.
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